Al igual que en el caso del sistema decimal, su origen se remonta a una manera de enumerar usando los dedos de las manos.
En la Antigüedad, los habitantes del llamado Creciente Fértil (zona comprendida entre Mesopotamia y Egipto) contaban señalando con el dedo pulgar de una mano cada una de las 3 falanges
de los restantes dedos de la misma mano, comenzando por el meñique. Con
este método se puede contar hasta 12. Y para seguir con cifras mayores,
cada vez que realizaban esta operación se levanta un dedo de la mano
libre hasta completar 60 unidades (12 x 5 = 60), por lo
que este número fue considerado una «cifra redonda», convirtiéndose en
una referencia habitual en transacciones y medidas. Similar suerte
corrió el número contado en la primera mano, el 12, y algunos múltiplos
como 24, 180 (12 x 15, o bien 60 x 3) y 360 (12 x 30, o bien 60 x 6).
En una sociedad agraria como la de Mesopotamia, uno de los peores delitos era el robo y la malversación. Los juzgados como culpables recibían, como pena, la amputación de una de sus falanges, un dedo y, si eran reincidentes o el delito muy grave, de una mano completa, lo que consistía un estigma social: además de ser una señal inequívoca de su delito, tampoco les permitía contar.